Resulta asombroso: en unos meses, el recién nacido pasará de ser el más torpe y desvalido de la creación al más inteligente.
- Índice
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- 1- La inteligencia al nacer:
- 2- Durante los tres primeros meses:.
- 3- A partir del cuarto mes:
- 4- A partir del octavo mes:
- 5- ¿Cómo reconocer la inteligencia del bebé?
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Cuando un chimpancé tiene hambre y quiere comer unas bananas que se encuentran fuera de su alcance, se le ocurren trucos como subirse a un cajón o agarrar un palo, ayudándose de esta forma para aprehender el objeto de su deseo. Un bebé menor de un año no sabría hacerlo. ¿Es el mono más inteligente que el chico?
Para afirmar o negar esta pregunta, habría que preguntarse primero qué es la inteligencia. No se trata de una «cosa» que se pueda tocar o delimitar claramente, sino de una abstracción sobre la base de una serie de conductas, como podrían ser la comprensión o la elaboración de datos. Realmente, no es fácil describirla. Por eso, no es de extrañar que las definiciones de la inteligencia varíen según los distintos autores. Por ejemplo, se ha dicho que la inteligencia es:
■ La capacidad de aprender.
a La capacidad de adaptarse al medio ambiente.
■ La facultad de resolver problemas.
a El hecho de tener memoria. a La capacidad de pensar en forma abstracta.
Como veremos más adelante, el bebé humano posee todas estas capacidades. El monito indudablemente es capaz de resolver ciertos problemas pero, a partir de determinado punto, su inteligencia logra un máximo distinto del de la inteligencia humana. La del niño, por el contrario, es potencialmente tan rica que los resultados de su desarrollo son insospechables.
La inteligencia necesita un físico, que es el sistema nervioso central, compuesto por el cerebro y sus neuronas, la médula espinal y la vasta red de nervios repartidos por todo el cuerpo.
Cuando el bebé nace, su cerebro pesa unos 400 g
y posee alrededor de 15.000 millones de neuronas.
Ya durante el embarazo el cerebro ocupa un lugar especial: su crecimiento no se realiza en fases, como ocurre con los demás órganos, sino durante todo el tiempo, alcanzando en ciertos momentos velocidades vertiginosas: 20.000 nuevas neuronas por minuto. Cuando el bebé nace, su cerebro pesa unos 400 gramos y posee unos 15.000 millones de neuronas. Sin embargo, en ese momento aún falta mucho para que alcance su madurez total. Primero deben formarse unas prolongaciones o ramificaciones de las neuronas, y éstas deben adquirir la capacidad de conectar con otras neuronas. Estos puntos de conexión, por donde «corre» —digámoslo así— «la corriente de la inteligencia», son las llamadas sinapsis. ¿Qué hace el bebé con toda esa materia prima? La vieja pregunta de si la inteligencia se adquiere o se hereda está en gran parte contestada. Si bien la genética juega un papel en la conformación del cerebro, sin la interacción con el entorno, el pequeño no puede desarrollar sus ramificaciones y conexiones neuronales. El cerebro no crece como una pierna o una mano, sino que se desarrolla influido por los estímulos que le llegan desde bebé es mucho más precoz en sus manifestaciones inteligentes de lo que él pensaba. Mientras que según Piaget la inteligencia no se muestra antes de los ocho o nueve meses, varios investigadores norteamericanos han podido comprobar que la capacidad de reconocer, catalogar, recordar y procesar información aparece mucho antes.
Pero vayamos por partes. Aunque la inteligencia se manifieste más pronto de lo que se pensaba, su evolución transcurre de acuerdo con determinadas etapas.
La inteligencia al nacer:
El bebé es un ser relativamente desvalido que, para sobrevivir, sólo cuenta con sus reflejos innatos.
Uno de los más importantes es el reflejo de la succión ya que, además de servir para procurarle el alimento, también tiene gran importancia evolutiva. No funciona en forma automática, sino selectiva. Es más fuerte cuando el bebé tiene hambre pero, incluso teniendo hambre, no admite cualquier alimento ni cualquier medio para recibirlo. Rechazará todo lo que no sea el pezón o un sustituto en forma de pezón, como la tetina o el chupete. Pero también rechazará un pezón o una tetina embadurnados con una sustancia ácida o amarga.
Según un experimento de Meltzoff y Borton, de la universidad de Washington, bebés de sólo un mes de edad exploraban y comparaban un chupete liso y redondo y otro que tenía pequeños picos, quedándose definitivamente con el redondo.
Pronto el reflejo de succión deja de ser un simple reflejo y se diferencia cada vez más. El pequeño empieza a comprobar si puede chupar mejor así o asá, si alcanza el pezón mejor desde un ángulo o desde otro. Lo mismo ocurre también con otros reflejos innatos como, por ejemplo, el de la aprehensión. Primero, el bebé agarra el dedo de papá por reflejo, más adelante, por casualidad y, finalmente, porque quiere hacerlo.
Estas sucesivas etapas del reflejo a la acción consciente significan un paso gigantesco en el desarrollo de la inteligencia. Pero, como decíamos anteriormente, el bebé tiene que evolucionar por etapas. Estas están bien definidas y no se alteran nunca. Es decir, en ningún bebé la etapa tres se produce antes de la dos. Esto es algo en lo que todos los científicos están plenamente de acuerdo.
Por lo tanto, tratar de apresurar dichas fases de la evolución del pequeño sería contraproducente.
Durante los tres primeros meses:
Se producen cambios cualitativos muy importantes en la evolución del bebé.
Gradualmente, cobran cada vez más importancia las siguientes acciones:
■ La repetición de determinados movimientos.
■ La prolongación o la ampliación de los movimientos que producen placer (el bebé prolonga el placer de succionar el pecho materno chupándose un dedo o una esquina de la sábana).
■ La anticipación a los actos placenteros (comienza a succionar aun antes de llegar el pecho o el biberón a su boca).
a La imitación (el bebé trata de imitar gestos y sonidos).
■ La curiosidad (el pequeño sigue con la vista los objetos que se mueven, o gira su cabeza hacia ellos).
El aprendizaje a partir de los reflejos se conoce con el nombre de «reacciones circulares». Estas no son tan elementales como antes se pensaba. Esto lo muestra otro experimento (A. Streri): al colocar determinado objeto en la mano de un bebé de dos meses, él lo reconoce posteriormente a través de la vista. Es decir que no vive en un mundo de percepciones confusas, sino que su mano reconoce lo que ven sus ojos, y sus ojos perciben visualmente lo que han tocado sus manos. Lo que significa que desde muy temprano el entorno del pequeño es coherente y, por lo tanto, inteligible.
Muy pronto, entre el primero y el segundo mes, aparece también la distinción entre personas y cosas. Desde el principio, el recién nacido reacciona mucho más a la voz humana que a cualquier otro sonido, y lo que más llama su atención visualmente es el rostro humano. Lo primero que provoca su sonrisa es la cara de la madre o de la persona que la sustituye. «El bebé —señala René Spitz— no le sonríe a la mamadera, sino que sonríe al rostro del adulto».
Más adelante comprenderá que él es otra cosa que la madre y que la madre no es lo mismo que el biberón, y también empieza a distinguir las personas entre sí: el padre, los hermanos y otras personas extrañas.
A partir del cuarto mes:
Es el momento de desarrollar el pensamiento abstracto.
Las llamadas «reacciones circulares» se multiplican y se amplían: el bebé no sólo repite una acción placentera relacionada con su propio cuerpo, sino también con el exterior. Por ejemplo, le gustó el ruido que hace el sonajero, descubierto por casualidad, y ahora repite una y otra vez el gesto que provoca el ruido. Crece su deseo de tomar contacto activo con todo lo que lo rodea. Si al principio él reaccionaba a su entorno, ahora quiere que su entorno reaccione a él.
También distingue cada vez mejor las caras humanas, no sólo la de su madre de todas las demás, sino también las femeninas de las masculinas, las amables y sonrientes de las serias o enojadas.
Un elemento muy importante del desarrollo de la inteligencia es el concepto de la permanencia, esto es, la noción de que los objetos siguen existiendo aunque en ese momento no estén visibles. Piaget y otros psicólogos de su época pensaban que esta noción no se desarrollaba antes de los ocho o nueve meses. Situaban en el comienzo de la noción de conservación el «rudimento psicomotor» de lo que será el pensamiento abstracto. El pequeño que sabe que el muñeco sigue existiendo, aunque esté escondido detrás de una caja, tiene una imagen mental de ese muñeco, no necesita ver el objeto real para que éste exista en su mente. Ahora bien; nuevas investigaciones, realizadas en los años ochenta, muestran que los bebés tienen un concepto abstracto de los objetos ya alrededor de los cuatro meses. Esa capacidad que surge en el chico de representar mentalmente el objeto o la persona ausente hace que juegos como el «cucú» —y otros por el estilo— sean tan importantes, aunque haya que repetirlo mil veces. También se puede jugar a esconder una pelota o el rostro de la madre detrás de un pañuelo.
A partir del octavo mes:
El bebé está lanzado. Aprende y aprende con prisa y sin pausa.
El cerebro ha creado ya tantas ramificaciones y conexiones que el aprendizaje se vuelve cada vez más vertiginoso. El bebé ya sabe coordinar bastante bien sus intenciones y sus capacidades físicas (si su intención es agarrar una pelota, puede ir gateando tras ella). Es cada vez más capaz de representarse mentalmente las situaciones y adaptarse a ellas. Sabe con seguridad que la madre sigue existiendo aunque no la vea, hecho que reduce considerablemente su angustia cuando ésta desaparece. También entiende palabras sencillas y reconoce las canciones y los juegos de mano a que está acostumbrado. Aprende las manipulaciones manuales por el sistema de ensayo y error, pero necesita repetirlas muchas veces para estar seguro de que un hecho aprendido es correcto. Es el famoso caso del juego del bebe y el sonajero, que dejará caer una y otra vez para comprobar que los objetos dejados sueltos en el espacio se caen siempre al suelo.
En los meses sucesivos, no hace más que aprender y aprender, de manera que a los cuatro años su inteligencia ya ha alcanzado el cincuenta por ciento de su capacidad total (que se consigue a los 17 años). Cuantas más sinapsis entre las neuronas se formen, tanta más capacidad de formar nuevas sinapsis. Un ejemplo de la vida adulta sería el aprendizaje de un nuevo idioma. El primero aún cuesta mucho trabajo, pero el cuarto o el quinto resultan más fáciles porque existen ya tantas sinapsis que es sencillo «enganchar» en ellas las nuevas palabras.
El bebé no puede desarrollar su inteligencia si no cuenta con dos premisas importantes: sus sentidos y la seguridad emocional de sentirse amado. Sin la vista, el oído, el tacto y los demás sentidos, no podría percibir todos esos importantes estímulos externos que provocan la creación de cada vez más ramificaciones cerebrales. Y no podría captar bien lo que le entra por los sentidos si no contara con una sólida seguridad emocional. Las emociones en la época de la lactancia están relacionadas siempre con las personas de su entorno, especialmente con la madre. Y sus sentimientos son absolutos: o se siente totalmente bien o fa talmente mal. La presencia, las voces y las caricias de los suyos hacen que el bebé se sienta contento y seguro.
¿Cómo reconocer la inteligencia del bebé?
Los científicos disponen de complicados métodos y aparatos para medir la evolución de la inteligencia, pero ¿Cómo pueden comprobar los padres el desarrollo de su hijo?
En primer lugar, a través de la observación diaria. En el contacto cotidiano, los padres verán cómo se van perfeccionando los sentidos del bebé, cómo despierta su curiosidad y cómo tratará de imitar lo que ve a su alrededor. Ya antes de cumplir el mes, el recién nacido mira y atiende cuando le hablan. También escucha y gira los ojos en dirección a un sonido.
Al mes, imita el hablar de la madre abriendo y cerrando la boca. A las ocho semanas sonríe cuando se le acerca una cara conocida. Cuando cumplé los tres meses, empieza a investigar intensamente su propio cuerpo, por ejemplo, mirándose las manos. A partir del cuarto mes, ya es muy curioso e investiga todo nuevo que ve y oye; ahora aprendizaje comienza a más activo: imita a los de y quiere probar las cosas sí solo.
Para ver cómo su hijo e luciona, los padres pueden cer la prueba de lo viejo y nuevo. Se cuelga un nue móvil sobre la cuna (sin tar el viejo), mostrándole figura o una parte concr Las miradas del pequeño del objeto viejo al objeto yo, pero terminará por al nuevo durante más tie Es la señal de que ya ha c prendido el objeto viejo.
La doctora Miriam St pard, en su libro Tests para hijo (Grupo Editorial CEA Barcelona, 1994), descrito numerosas pruebas para cont probar la vista, el oído, el guito y también la inteligencia del pequeño, proponiendo mismo tiempo la manera estimularlo. Lo recomendamos a todos los padres que quieren seguir la evolución de su pequeño en forma conciente.
Lo que deben tener claro es que ningún bebé aprenderá algo para lo que no esté suficientemente maduro. Pe eso, los estímulos siempre de ben corresponder a la edad la evolución natural del pequeño. Y, sobre todo, hay que ofrecerle el estímulo más in portante: el amor. Sólo así su inteligencia se desarrollará e forma óptima.
Ana Ruiz
Fuente: Revista Ser Padres Nro 100
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